lunes, 18 de mayo de 2009

Amorgós, Una isla griega












La isla de Amorgós es una isla pequeña y desde el siglo tercero, antes de nuestra era, la población -y todo lo demás- no ha hecho más que descender. La isla y sus tres ciudades-estado (en especial Minoa, ciudad mágica escondida en un cerro sobre la bahía de Katapola) fueron uno de los puntales de la civilización cicládica, la de las estatuillas finas que -imitando a Modigliani antes de que naciera- se amontonaban en el islote de Kora (a un tiro de piedra de Amorgós, un mini Delfos, como todo, antes del nombre). Amorgos es la más occidental del grupo de las Cicladas y la más cercana al archipiélago vecino del Dodecaneso, situada al sudeste de Naxos, a 138 millas marinas del puerto del Pireo. Tiene una superficie de 121 Km. y 112 km de costa. Su población era de 1.800 habitantes en 1995. Tiene dos puertos, ambos en la costa, enfrente de Naxos: Katàpola al oeste y Egiali al este. El punto más alto está en el extremo este de la isla, en la cima del Kríkelo (821 m). La capital de la isla es Amorgos, o Khora, situada en el interior, a 320 metros por encima de Katàpola. El Monte Krikellos al este de Egiali culmina a 821 metros. Amorgos ha sido siempre considerada como una «isla estéril». Homero decía de ella que era una «isla desnuda».
Su lugar más conocido es el pequeño monasterio de Khozoviótissa, fundado en el siglo XI, que cuelga en medio de un acantilado a 300 metros sobre el mar, en la costa este y que aparece en la película El gran zul.
Como en todas estas islas el paisaje aquí es rudo, seco y árido en verano. Nada que ver con lo que contaban las crónicas, pues en la antigüedad, Amorgós fue famosa por su aceite de oliva, su vino y sus túnicas. Desde hace un par de siglos lo es también por las mujeres. las túnicas de Minoa eran púrpuras, del color de la cochinilla hervida, y tan finas que parecían transparentes. Vides quedan pocas y olivos menos.

El caso es que la geografía marca y Amorgos siempre ha tenido la única bahía de esa zona del mundo a salvo por completo de cualquier tormenta. Eso, que parecería una bendición, fue en verdad su perdición. Sucesivas oleadas de piratas, de todas las naciones, se han ido cebando constantemente con la isla a lo largo de la historia. Romanos, egipcios, turcos, venecianos y hasta catalanes. Todos se han dedicado a arrasar el islote, lo que le confiere marcado carácter. Los lugareños acostumbraron a esconderse, a no esperar nada bueno de fuera y a vivir una vida concentrada, resistente a los saqueos. Eso, con el tiempo, como suele suceder, se ha convertido en una bendición. Y con todo ello se encuentra el viajero cuando se recala en la isla.

En el ferry de la compañía “Blue Star” que nos trasladó desde el Pireo hasta el puerto de Aegialis en Amorgós, pudimos disfrutar de siete horas de navegación, donde la brisa del Egeo y la suave música que siempre nos acompañó fueron testigos fieles de la travesía, compartida con gentes variopintas: turistas de diferentes nacionalidades, familias al completo, niños y adolescentes, jóvenes con mochilas, hasta un numeroso grupo de popes ortodoxos que abandonaron el barco al llegar a Naxos. Estos sacerdotes llaman poderosamente la atención por sus negras sotanas, por sus gorros cilíndricos, por sus barbas enmarcándoles el rostro, por su actitud beatífica y cordial. El viaje en el barco, en suma, hasta llegar a Amorgós, nos sirvió para descansar y para tomar el pulso social a las gentes de estas islas.


Por fin, ya noche cerrada, recalamos en Amorgós. Nos esperaba un microbús que nos condujo por una empinada carretera hasta el hotel Aegialis Spa. Enseguida comprobamos que algunas de las personas que viajaban en el barco, con las que habíamos compartido momentos en el restaurante, en cubierta y en las salas de descanso, nos acompañaban en el bus. Al llegar al hotel, nos esperaba nuestra anfitriona y responsable del “7º International Meeting of Cultura and Tourism”, Irene Giannakopoulos que, junto al personal del hotel, nos obsequiaron amablemente con viandas típicas y refrescos, al tiempo que nos presentaron, uno por uno, a todos los asistentes procedentes de: Finlandia, Francia, Polonia, Italia, Holanda, Bélgica, Bosnia, Estados Unidos, Portugal, al grupo de los ocho españoles. Junto a Irene, Ana, guía y compañera, abierta y comunicativa, la que en todo momento atendió cada una de nuestras sugerencias o curiosidades. Hay que destacar la personalidad de las mujeres griegas, su belleza natural, su fuerza, su carácter firme y tierno a la vez. Se muestran resolutas, seguras de sí mismas, tal vez, avaladas por aquél matriarcado de épocas pretéritas, cuyos valores típicos pacifistas avalaban a las sociedades agrícolas, en contraposición con la sociedad patriarcal, cuyos valor principal era la agresividad, a decir de los mitos que narraban los enfrentamientos entre ambas sociedades, cuando a las mujeres se les infligían castigos y éstas luchaban con ahínco por conservar su conducta autónoma. Tal vez, a las mujeres griegas de hoy les sobran arrestos para enarbolar el poder que se les arrebató y por eso se muestran en la actualidad, como verdaderas diosas del siglo veintiuno

La primera visita fue al Monasterio de Panagia Hozoviostissa, uno de los más impresionantes de Grecia y una de las más antiguas construcciones de las Cícladas. Fue fundado en 1017 por el emperador bizantino Alejo I Comneno, siendo restaurado por el mismo en 1.088. Cuentan que el monasterio se creó para salvar un icono de los iconoclastas, por una mujer muy piadosa, natural de Khozova, una ciudad de Tierra Santa todavía no identificada. Está construido literalmente en el flanco de un acantilado, a 300 metros sobre el mar. Su ancho, por un lado no tiene más de cinco metros y lo más estrecho 1,50. Medidas que contrastan con la grandiosa y espectacular fachada, blanquísima, que parece adosada al farallón. La capilla fue instalada en una de las infraestructuras de la roca. Tournefort, en su Voyage d'un botaniste (1700) dice que «parece de lejos un armario aplicado hacia abajo de una roca espantosa, cortada naturalmente a plomo». Se estima que un centenar de monjes podían alojarse aquí. En 1989, no había más que dos. Después de las evoluciones políticas de Europa del Este, numerosos jóvenes monjes de origen ruso se han instalado en Amorgos, como en otros monasterios de Grecia. El monasterio, cuyos muros son de una extremada blancura, tiene el aspecto de una fortaleza y está declarado por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad. Para acceder al mismo hay que salvar 300 escalones.

Los numerosos pueblecitos que visitamos, de casas blanquísimas, son todas de corte sencillo y de una o dos plantas. Las puertas y las ventanas están pintadas de azul añil, como en Túnez, –dicen- para ahuyentar a los insectos. Todos estos pueblos se hallan esparcidos sobre el paisaje montañoso y divagar por sus calles, todas escalonadas y muchas de ellas pintadas de cal como las casas, con motivos florales, resulta un espectáculo deslumbrante, por su sencillez y belleza al mismo tiempo. Algunos establecimientos de bares o restaurantes dejaban escapar de su interior música de jazz o ritmos griegos. Las tiendas con artesanía popular y pequeños recuerdos exhibían sus escaparates intentando llamar la atención aunque en esta época primaveral, el turismo todavía no ha hecho su presencia en la isla. Se puede saborear el café griego, bien cargado y sin azúcar: “ Póla varis kai óki”, o el café muy hervido y dulce, “Glikibrastós”. La taza pequeña para tomar el café se llama “Flitsanáki”, y la cucharilla es “Kutaláki”. Al momento de hervirlo, se forma una capa espesa de espuma que identifica al verdadero café griego, y que se denomina “Kaimáki” Todo hay que decirlo. El café que se toma en Grecia, al menos en Amorgós, es el más caro de Europa. Dos ochenta euros, o tres, depende del lugar. Aprendimos a decir: parakaló (por favor) y efcharisto (gracias). Hay que reconocer que el idioma ofrece serias dificultades.
Transitar por Amorgós, es subir o bajar, cruzarse en el camino con hombres rudos o mujeres ancianas, vestidas de negro y con sus pañuelos cubriéndoles el cabello, blancos y rematados con encaje del mismo color. Muchas de estas mujeres recuerdan a las de nuestros pueblos allá por los años cuarenta o cincuenta, a las que la moda no les afectaba para nada y pasaban la vida con un atuendo para los días de labor y otro que se reservaba para los domingos y fiestas de guardar. Algunas, incluso, hasta conservaban, como oro en paño, el que les serviría de mortaja. Las chicas jóvenes, sin embargo, en nada difieren de cualquier chica de España, Portugal o Francia, ni por la vestimenta ni por los rasgos, tan mediterráneas, tan abiertas y comunicativas. También pudimos admirar algunos molinos, semejantes a los de Mikonos, pero al contrario que éstos que se encuentran al borde del mar, los de Amorgós se ubican en lo más alto de la montaña donde el viento azota de tal forma que hay que pisar el terreno con fuerza para no ser derribado.
En Grecia y en Amorgós, todo es paisaje, todo es naturaleza deslumbrante donde el mar Egeo y el cielo compiten con su azul brillante. Los montes preñados de primavera nos ofrecían una alfombra floral donde enormes margaritas y brillantes amapolas nos salían al paso. Y en medio de este espectáculo, caminando en hilera por caminos y vericuetos sobre las laderas de los montes, accedimos a un interesante yacimiento en el que se trabaja para reconstruir una torre del año 35 a de C. Una torre que sirvió de vigía y defensa contra los piratas. Nos acompañó Lila Marangou, Arqueóloga y profesora de la Universidad de Ioannina, que, como las demás mujeres con las que convivimos en estos días, mostraba gran personalidad y potente voz. No permitió, en ningún momento, ni que fotografiáramos el yacimiento ni a ella misma. Al parecer, todavía no se ha abierto al público.

Y así fueron pasando los días, inmersos en mar azul y viento, compartiendo antiguos oficios como la molienda del sésamo en un artesanal molino de granito, desgastado por el uso de siglos, su mezcla con miel, el amasado y la posterior elaboración, hasta deleitar nuestro paladar con su dulce sabor. No se puede pasar por alto la gastronomía de Amorgós, riquísima en vitaminas, donde las ensaladas son protagonistas, así como los pescados y los pinchitos de cerdo, ternera o pollo, todo aderezado con exquisitos condimentos.

Siete intensas jornadas para participar de oficios religiosos en las pequeñas iglesias junto a los fieles, escuchando los cánticos, en griego y en latín, por los sacerdotes ortodoxos, degustando el pan que se ofrece a cada asistente al terminar la ceremonia, a la salida de la iglesia, tocando las campanas, si se desea, allí ante la expectación de los fieles, procesionando por el campo por las mismas sendas que abren los caminos de la fe. Fueron muchos los momentos en los que pudimos recuperar la fe y la inocencia ante la contemplación de la Fe con mayúsculas, esa fe que emana de la gente sencilla, de la que, por desgracia, queda tan poca.

Y además, las charlas amables, las conferencias y los documentales de los diferentes países participantes. Incluso pudimos ver el documental “Peter and the Wolf” al que este mismo año fue galardonado con un Oscar en Hollywood. Su autor, el polaco Zbigniew Zmudzki fue el encargado de presentárnoslo. Un encuentro donde se puso de manifiesto el buen hacer de los países participantes, su arte y su cultura y, fundamentalmente, el cine religioso, todo ello enfocado a un turismo culto y sensible que sabe apreciar, además de las bellezas naturales de los diferentes lugares, su legado cultural y artístico.

Amorgós, una isla perdida en el Mar Egeo, casi virgen, todavía sin explotar. Un placer para los sentidos.

3 comentarios:

Concha Pelayo/ AICA (de la Asociación Internacional de Críticos de Arte) dijo...

Queridos compañeros del Club de Lectura.
Permitidme que compartamos, Elisa y yo, este bonito viaje que hemos realizado recientemente por la isla de Amorgós. Precisamente habíamos leído el libro de Javier Reverte "Corazón de Ulises" y me pareció que os gustaría conocer aspectos de este lugar tan mágico y desconocido.

Club de Lectura dijo...

Muchas gracias dos veces.

Muchas gracias porque, habitualmente, llenamos nuestras entradas y comentarios en Internet -y en la vida- con "textos" procedentes de fuentes como Internet, pero en tu caso lo haces con materiales procedentes de una fuente tan esencial como tus propias experiencias. Un soplo de aire fresco entre tanto refrito. Luego se podrá criticar cómo son o qué dicen esos textos, pero aquí no se trata de eso.

Y muchas gracias, también, porque para mayor información no nos presentas imágenes utilizadas y reutilizadas mil veces en la web, sino fotografías de nuevo propias, creadas por ti.

Afortunadamente, tú no conoces el "copia y pega". Para nuestro disfrute.

SALUDOS

Concha Pelayo/ AICA (de la Asociación Internacional de Críticos de Arte) dijo...

Roberto, claro que conozco el copia y pega, pero soy una apasionada de la fotografía y hago miles y, por supuesto, cuando viajo fotografío todo lo que me llama la atención que es casi todo.

Por tanto, las fotografías son frescas, robadas al paisaje de la isla de Amorgós. Son paisajes que me hicieron vibrar y por eso quiero compartirlos con el club.

De verdad, siento mucho no poder estar el 25. Si programáis otra fiestecilla aunque estè cerrado el club yo os lo agradecería.